jueves, 10 de mayo de 2012

El consuelo del necio

La memoria es el consuelo de los necios, dicen. Uno puede entenderlo cuando hay recuerdos desagradables, que duelen o manchan el presente, cuando mirar hacia atrás se convierte en una carretera plagada de púas. Permitidme que hoy contradiga tal aseveración, permitidme deciros que si algo me hace feliz y llena todo en mí es saber que he pasado veintiséis años con un hombre que además de ser la misma encarnación de la vida fue mi padre. Se fue antes de lo que debería, y tuve el privilegio de pasar con él sus últimas semanas. Su estoicismo y actitud, su fuerza y su desprecio por el dolor hacen que yo no tenga valor de decir que fue un trance duro. Mermado y cansado, fue hasta el último minuto como quiso ser, un hombre sin más ambición que disfrutar de cada momento como si fuera el último. Quiso la vida, esta que él veneraba, que se fuera a cualquier otro lado demasiado pronto. Y aun así, siento una extraña y serena paz. Tengo una torre de emociones que ora está a punto de desmoronarse, ora se erige más alta y fuerte que nunca. Y es que en mi juventud, hoy sin mi mano derecha, tengo la inmensa sensación de que he hecho todo lo que un hijo debe hacer con su padre. Reímos, compartimos jarras llenas y las vaciamos, luchamos cuando hubo que hacerlo y sobre todo compartimos, me enriquecí en él. Ha dejado un legado inmortal en las personas y en su ciudad, nadie que lo haya conocido puede contar una anécdota sin esbozar una sonrisa, o reír a carcajada abierta. Su ciudad, sus calles, echarán de menos su andar pausado y regio, su mordaz y elocuente pluma, su pasión por la fiesta nacional y su devoción por las personas y las causas más mundanas. A mí, personalmente me deja una vida plena para vivirla como él me ha enseñado, en cientos de clases magistrales silenciosas, de las que se imparten con miradas. Me deja juventud, fuerza y orgullo para vivirla con honor, dignidad, respeto y amor a la vida. Me deja su buen nombre, para honrarlo y llevarlo por bandera. Me deja a su mujer y a su hija, para cuidarlas y quererlas con devoción ciega y desmesurada, siempre y hasta el final, si es que existe. Me deja hasta la imperiosa necesidad de teclear todos los días, con la fidelidad del soldado de infantería. Me deja tanto que no puedo más que saberme un hombre con suerte, pues tengo el privilegio de poder decir que la sangre de Salvador Ramírez Vélez corre en mí. La memoria es el consuelo de los necios, dicen. Permitidme hoy ser el más feliz de los idiotas recordando que el mejor hombre del mundo fue mi padre.

8 comentarios:

  1. Unas líneas que demuestran como honrar la palabra de un gran hombre, y si di orgulloso por todos lados quien fue tu padre, una persona que como bien dices, tenía un toque. El toque de hacer feliz a las personas con solo dibujar una sonrisa en esa cara medio tapada con su característico bigote.

    Se nos fue un grande a todos. Un abrazo hermano.

    ResponderEliminar
  2. Sin palabras.
    Al igual que tú, sólo tengo buenos recuerdos de él, y ha dejado una huella imborrable.
    Ánimo, que ahora te toca vivir la vida como él te ha enseñado que hay que vivirla, PLENAMENTE.

    Tu amiga, Mary.

    ResponderEliminar
  3. Hola Salva, Un abrazo muy fuerte y adelante nunca tumbado.

    ResponderEliminar
  4. Todo lo que no fuí capaz en su día de expresar, por mi padre, lo has escrito tú por el tuyo. Ole por mi Salva...

    ResponderEliminar
  5. Muda me dejas y con ganas de ser la mas idiota del mundo....un beso a los tres.

    ResponderEliminar
  6. Magistral...emotivo...esperanzador.Grande Salvador...igualmente grande su legado...toda la fuerza del mundo para ti.Tienes motivos para llevar ogulloso esa sangre.Gonzalo Carmona.

    ResponderEliminar
  7. No hay palabras que puedan compararse a las que has escrito, Salva. Un abrazo muy grande a los tres desde Málaga.

    ResponderEliminar